martes, 9 de octubre de 2012

Ni una sola Palabra




Verdaderamente, el joven músico es bueno, o al menos a mí me lo parece. Toca su clarinete con sentimiento, emocionado, y se le ve en los movimientos con los que acompaña la melodía que interpreta. Frente a él, un bar reciente está abarrotado hasta el punto que incluso sus clientes copan la calle Laurel, alegres, divertidos, pero la mayoría elegantemente vestidos, como si asistieran a un concierto sin saberlo y sin prestar atención. 

El joven músico sigue tocando pero como si lo hiciera para él, sin prestarles atención a ellos, con un digno gesto de reciprocidad. Cuando termina el "Tico-tico", última pieza interpretada, se agacha recogiendo sus pertenencias con el clarinete bajo uno de sus brazos. En eso se acerca un padre indiferente al que acompaña un niño de unos 4 años, le lanza una moneda y le pregunta: "¿A mi hijo le gusta, puede repetirla?". El joven mira la moneda, mira al padre, al hijo, abandona la recogida de sus enseres y se dispone a interpretar la melodía solicitada. A lo mejor hoy no ganó lo suficiente, o puede que le haya emocionado que una personita se haya interesado por su música. Ocurre en muchas calles del mundo.

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